jueves, 16 de enero de 2014

LA TARDE EN QUE CREÍ LEVITAR


Hace tiempo que tenía ganas de hacer este artículo. Porque en nuestro basket hay historias bonitas y esta es, muy bonita. La historia de un vuelo perfecto.
Soy un escribiente regular, pero me gusta documentarme bien y si pueden hablar los propios protagonistas, mejor.En este caso es el propio Carlos, apoyado en su buen amigo Emilio López Romo, el que explica su experiencia. Muchas gracias a los dos.
Disfrutad del texto y de la foto final. Yo…ya callo.






Recuerdo aquel concurso de mates con nostalgia. Yo ya había participado en otros donde la suerte me había acompañado, pero aquel fue muy especial para mí. Pese a que el tiempo ido  ha borrado los detalles, en mi memoria han quedado grabada las sensaciones, las situaciones y las emociones que viví aquella tarde inolvidable de hace casi 25 años. La tarde en que creí levitar. Aquel año era mi tercera temporada en la categoría sénior. Corría la temporada 1990-91 y estábamos recién ascendidos de la que por entonces era la segunda división Catalana. Empezamos la liga con la misma dinámica que acabamos la anterior: ganándolo todo. Para mí era un gran reto, pues soñaba con la ACB y restituir al club a su categoría de origen. Pero pasadas unas jornadas empezamos a sufrir bajas por lesiones y el equipo se resintió. Una de ellas fue la del americano Marvin Alexander. Siempre he dicho que Marvin era el mejor 4 con el que he jugado y que las lesiones, en su caso muy graves, no le permitieron triunfar como hubiera merecido. Entre la gente de este deporte y en los clubes que militó todavía hoy se le recuerda como un jugador extraordinario. Aquella temporada se celebró el ALL-STAR de la 1ª división B del Básquet nacional, lo que hoy se conoce como LEB Oro. Se hizo una selección de los mejores jugadores de cada equipo y de nuestro club fue elegido Marvin. Sin embargo, una inoportuna lesión de rodilla le dejó fuera de combate. Como una de las normas de aquel All- STAR era que cada club fuese representado por al menos un jugador, me tocó a mi sustituir a Marvin. No sé si yo era el candidato ideal, pero lo cierto es que aquel inicio de temporada estaba promediado más de veinte puntos por partido, era el segundo máximo anotador de la liga y el primer máximo anotador nacional. 



Recuerdo que mi mánager, Lorenzo Alocén, me llamó y me informó antes que el club de la convocatoria. Fue él, quien me propuso para el concurso de mates, había una vacante. Y la verdad es que la propuesta me ilusionó Aquella temporada el All- STAR se celebró en Guadalajara y participaron jugadores conocidos que habían triunfado en la ACB como Eduard Sabater, Sergi López, Cherokee Rhone, Joan Peñarolla, David Russel, o el gran Tachenko. Llegamos a la ciudad el viernes, un día antes del partido. El ambiente entre los convocados era extraordinario, festivo, muy cordial. Al día siguiente, entrenamos a primera hora, algo de tiro para familiarizarnos con los balones y poco más. En el pabellón había mucha gente, los medios de comunicación de la ciudad le habían dado una gran cobertura al evento. Acabado el entrenamiento comimos, hicimos siesta y a las 18.00h nos fuimos hacia el pabellón. El concurso de mates se celebraba justo antes del partido. Recuerdo un pabellón lleno a rebosar. Más de dos mil personas acudieron ese día a vernos. Era emocionante. El público de Guadalajara se volcó con nosotros. Recuerdo que calenté y estiré concienzudamente. El parquet estaba muy limpio, impecable, la suela de las zapatillas quedaban “enganchadas” y emitían ese consabido y típico chasquido. Los balones eran nuevos y el aro estaba sobado y blando, como a mí me gusta. La verdad es que me sentía bien, con muy buenas sensaciones. Mientras calentaba me di cuenta de un detalle importante: todos los participantes en el concurso menos, un jugador del CB Guadalajara, eran americanos. Eso y que un servidor era el más bajito de todos. Reflexioné y me planteé el concurso como un regalo, la guinda de aquel maravilloso fin de semana que me estaban regalando, en el que un joven de veinte y pocos estaba disfrutando de lo que más le gustaba hacer en su vida: jugar a baloncesto. En la primera ronda del concurso habían que hacer dos mates. De ahí pasarían cuatro jugadores a la segunda ronda con otros dos mates más. Y en la ronda final, dos participantes que ejecutaríamos lo dos últimos mates. Yo ya tenía en mi mente los dos primeros mates. Haría los mejores de mi repertorio. No cabía otra posibilidad si quería mantener mis opciones ante una competencia tan extraordinaria. Todos los mates que hice fueron copias, y evidentemente salvando las distancias, de dos jugadores míticos para mí, Michael Jordan y el elegante Doctor J, Julius Erving. Mi actuación en aquel concurso fue mi particular homenaje a aquellos dos monstruos de este deporte. Comencé el concurso con un mate desde medio campo, encarando la canasta por la derecha. Lancé la pelota para que botara y quedara cerca de la canasta. Allá la cacé en el aire, pero hice la batida con tanta potencia y precisión, que me dio tiempo de bajar la pelota entre mis fémures y meterla para abajo de espaldas al aro. El pabellón me aplaudió muchísimo y me lo puntuaron muy bien. Noté que el público estaba conmigo. Supongo que el hecho de ser el más bajo de los concursantes tuvo un efecto “simpatía” entre el respetable. Llegó el momento del segundo mate. En este caso utilicé otro de Jordan, aquel con que ganó el concurso de mates de la NBA, entrando por la izquierda y matando con la derecha a 45 grados de la canasta y del suelo. Yo lo hice entrando por la derecha, matando con la izquierda y ejecutando la batida con dos pasos. La diferencia es que Jordan lo hace con la parada de un tiempo y los pies mirando la grada y le da una sensación de estar levitando, de sostenerse durante unos segundos en el aire. El público entendió mi intención y el jurado también: obtuve 10 puntos. Y como el que no quiere la cosa, ya había pasado a la segunda fase, con tres americanos más que me sacaban un palmo. Quedaron eliminados el jugador nacional del CB Guadalajara y un americano. En la segunda fase del concurso me mantuve fiel a mi estilo y seguí con la estrategia planteada desde el inicio: no repetir el mismo mate en la competición. Como tercer mate del campeonato, y primero de la segunda ronda, opté por lanzar la pelota al tablero desde medio campo, cazarla en el aire y meterla a dos manos. Lo hice y acabé de meterme el público en el bolsillo. El jurado me lo puntuó con buena nota, pero no era suficiente para pasar la siguiente fase, pues los americanos, especialmente el del Cajamadrid ,Coleman hizo un mate increíble a aro pasado y saltando fuera de la botella. La genial actuación de Norris Coleman me estimuló. Ahora quería hacer un mate que Jordan le copió a Julius Erving y que fue el icono de su popularísimo merchandising. Se trataba de salir desde la canasta contraria botando, coger mucho impulso, hacer los dos pasos y dar el último lo más lejano del aro. Erving y Jordan, las superestrellas de la NBA, lo ejecutaban pisando la raya de personal. Yo, hasta ese momento, había conseguido matar la pelota desde la discontinua del círculo. Así pues, el reto era enorme. Recuerdo que cuando me dirigí al aro opuesto para salir, hubo gente del público que se levantó de su asiento. Sin duda sabían cuál era mi intención. Miré la canasta y me dio la sensación de que estaba más cerca de lo normal de la raya de personal. Salí con una progresión hasta llegar al medio campo donde aceleré hasta la batida, hice los dos pasos y salté con toda la fuerza que me dieron mis piernas. En el transcurso mágico del salto veía que la canasta se me acercaba y que “flotaba” en el aire más de lo acostumbrado… Me fue por los pelos, una maniobra arriesgada, pero llegué a meterla para abajo. El público se levantó de sus asientos y me aplaudió enfervorizado. El jurado me otorgó un 10. Por cierto, que días después del campeonato uno de los jugadores convocados me dijo que mi talón había pisado la raya de personal. Y pasé a la final con el americano del Cajamadrid, que había realizado un concurso de ensueño. Para mí aquello era mucho más de lo que había soñado. Estaba más que satisfecho. En la fase final había que hacer dos mates más. Opté por hacer una entrada perpendicular al tablero, girar 360 grados y meterla. Lo hice con una sola mano y me puntuaron con nueves y dieces. Minutos antes, mi oponente Coleman, del Cajamadrid, había hecho un increíble mate de espalda que obtuvo 10 puntos. Después de mi primer mate, le tocaba de nuevo a Norris. Para su segundo mate, el americano eligió saltar desde muy lejos, volear la pelota y meterla con mucha fuerza, pero falló. En el segundo intento hizo lo mismo, pero saltando desde más lejos e intentando matar la pelota con más fuerza. Sin embargo, el balón rebotó violentamente con el canto del aro y salió despedido al aro contrario. Faltó poco para que la pelota cayera en la canasta opuesta. No me lo podía creer, el campeonato era mío, simplemente había que hacer un simple mate y llevarme el trofeo y el cheque. Recuerdo que miré a Eduard el entrenador del CB Andorra y se puso el dedo índice en su sien en un mensaje claro. Lo capté enseguida. Pensé en aquel público, había venido a ver espectáculo y opté por no cambiar lo que ya tenía en mente. De niño vi una final de play-off de la NBA entre los Sixers y los Lakers, un mate de Julius Erving que hizo después de un robo de balón. Ante él estaba el gran Michael Cooper. Julius cogió la pelota trabándola en su antebrazo, la voleó de izquierda a derecha y la mató con la elegancia única de un mito del basquet. Siempre he pensado que aquel era el mejor mate que había visto en mi vida y que algún día lo tenía que hacer. Y ese día había llegado. Me ubiqué en la misma posición donde el Doctor J había robado la pelota y me fui a canasta. Trabé el balón en mi antebrazo y la pelota resbaló, picó en el canto del aro y se fue a la mesa del jurado derribando todos los carteles de puntuación. Había fallado de la misma forma que Hamilton y estaba cometiendo el mismo error. Me devolvieron la pelota y vi que era nueva, flamante y tenía poca adherencia. Me fui al carro de pelotas y la cambié por otra más usada. En ningún momento me planteé cambiar el mate y asegurar el campeonato.

 Quería hacerlo. Me coloqué en la misma situación de salida, boté dos veces, trabé la pelota en el antebrazo y, esta vez sí, noté que estaba bien sujeta. Entonces la voleé de izquierda a derecha y la metí con toda la rabia del mundo. La pelota entró en la canasta con tanta fuerza que rebotó en el suelo y salió despedida al techo del pabellón. El público aplaudió a rabiar el mate que yo había soñado desde que era un niño. Pocas veces en mi vida he vivido una sensación tan gratificante en un campo de baloncesto. Fue uno de esos instantes mágicos con que nos premia este deporte maravilloso. Salté, soñé, gané. Y fue el público el que me impulsó hacia arriba, el que me sostuvo en el aire. Sí, aquella tarde creí levitar… ¿Creí?




Domingo Cardona ©

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