Hace tiempo que tenía
ganas de hacer este artículo. Porque en nuestro basket hay historias bonitas y
esta es, muy bonita. La historia de un vuelo perfecto.
Soy un escribiente
regular, pero me gusta documentarme bien y si pueden hablar los propios
protagonistas, mejor.En este caso es el propio Carlos, apoyado en su buen amigo
Emilio López Romo, el que explica su experiencia. Muchas gracias a los dos.
Disfrutad del texto y de
la foto final. Yo…ya callo.
Recuerdo aquel concurso
de mates con nostalgia. Yo ya había participado en otros donde la suerte me
había acompañado, pero aquel fue muy especial para mí. Pese a que el tiempo ido ha borrado los detalles, en mi memoria han quedado grabada las sensaciones, las
situaciones y las emociones que viví aquella tarde inolvidable de hace casi 25
años. La tarde en que creí levitar. Aquel año era mi tercera temporada en la
categoría sénior. Corría la temporada 1990-91 y estábamos recién ascendidos de
la que por entonces era la segunda división Catalana. Empezamos la liga con la
misma dinámica que acabamos la anterior: ganándolo todo. Para mí era un gran
reto, pues soñaba con la ACB y restituir al club a su categoría de origen. Pero
pasadas unas jornadas empezamos a sufrir bajas por lesiones y el equipo se
resintió. Una de ellas fue la del americano Marvin Alexander. Siempre he dicho
que Marvin era el mejor 4 con el que he jugado y que las lesiones, en su caso
muy graves, no le permitieron triunfar como hubiera merecido. Entre la gente de
este deporte y en los clubes que militó todavía hoy se le recuerda como un
jugador extraordinario. Aquella temporada se celebró el ALL-STAR de la 1ª
división B del Básquet nacional, lo que hoy se conoce como LEB Oro. Se hizo una
selección de los mejores jugadores de cada equipo y de nuestro club fue elegido
Marvin. Sin embargo, una inoportuna lesión de rodilla le dejó fuera de combate.
Como una de las normas de aquel All- STAR era que cada club fuese representado
por al menos un jugador, me tocó a mi sustituir a Marvin. No sé si yo era el
candidato ideal, pero lo cierto es que aquel inicio de temporada estaba
promediado más de veinte puntos por partido, era el segundo máximo anotador de
la liga y el primer máximo anotador nacional.
Recuerdo que mi mánager, Lorenzo
Alocén, me llamó y me informó antes que el club de la convocatoria. Fue él,
quien me propuso para el concurso de mates, había una vacante. Y la verdad es
que la propuesta me ilusionó Aquella temporada el All- STAR se celebró en Guadalajara
y participaron jugadores conocidos que habían triunfado en la ACB como Eduard Sabater,
Sergi López, Cherokee Rhone, Joan Peñarolla, David Russel, o el gran Tachenko.
Llegamos a la ciudad el viernes, un día antes del partido. El ambiente entre
los convocados era extraordinario, festivo, muy cordial. Al día siguiente,
entrenamos a primera hora, algo de tiro para familiarizarnos con los balones y
poco más. En el pabellón había mucha gente, los medios de comunicación de la
ciudad le habían dado una gran cobertura al evento. Acabado el entrenamiento
comimos, hicimos siesta y a las 18.00h nos fuimos hacia el pabellón. El
concurso de mates se celebraba justo antes del partido. Recuerdo un pabellón
lleno a rebosar. Más de dos mil personas acudieron ese día a vernos. Era
emocionante. El público de Guadalajara se volcó con nosotros. Recuerdo que
calenté y estiré concienzudamente. El parquet estaba muy limpio, impecable, la
suela de las zapatillas quedaban “enganchadas” y emitían ese consabido y típico
chasquido. Los balones eran nuevos y el aro estaba sobado y blando, como a mí
me gusta. La verdad es que me sentía bien, con muy buenas sensaciones. Mientras
calentaba me di cuenta de un detalle importante: todos los participantes en el
concurso menos, un jugador del CB Guadalajara, eran americanos. Eso y que un
servidor era el más bajito de todos. Reflexioné y me planteé el concurso como
un regalo, la guinda de aquel maravilloso fin de semana que me estaban
regalando, en el que un joven de veinte y pocos estaba disfrutando de lo que
más le gustaba hacer en su vida: jugar a baloncesto. En la primera ronda del
concurso habían que hacer dos mates. De ahí pasarían cuatro jugadores a la
segunda ronda con otros dos mates más. Y en la ronda final, dos participantes
que ejecutaríamos lo dos últimos mates. Yo ya tenía en mi mente los dos
primeros mates. Haría los mejores de mi repertorio. No cabía otra posibilidad
si quería mantener mis opciones ante una competencia tan extraordinaria. Todos
los mates que hice fueron copias, y evidentemente salvando las distancias, de
dos jugadores míticos para mí, Michael Jordan y el elegante Doctor J, Julius
Erving. Mi actuación en aquel concurso fue mi particular homenaje a aquellos
dos monstruos de este deporte. Comencé el concurso con un mate desde medio
campo, encarando la canasta por la derecha. Lancé la pelota para que botara y
quedara cerca de la canasta. Allá la cacé en el aire, pero hice la batida con
tanta potencia y precisión, que me dio tiempo de bajar la pelota entre mis
fémures y meterla para abajo de espaldas al aro. El pabellón me aplaudió
muchísimo y me lo puntuaron muy bien. Noté que el público estaba conmigo.
Supongo que el hecho de ser el más bajo de los concursantes tuvo un efecto
“simpatía” entre el respetable. Llegó el momento del segundo mate. En este caso
utilicé otro de Jordan, aquel con que ganó el concurso de mates de la NBA,
entrando por la izquierda y matando con la derecha a 45 grados de la canasta y
del suelo. Yo lo hice entrando por la derecha, matando con la izquierda y
ejecutando la batida con dos pasos. La diferencia es que Jordan lo hace con la
parada de un tiempo y los pies mirando la grada y le da una sensación de estar
levitando, de sostenerse durante unos segundos en el aire. El público entendió
mi intención y el jurado también: obtuve 10 puntos. Y como el que no quiere la
cosa, ya había pasado a la segunda fase, con tres americanos más que me sacaban
un palmo. Quedaron eliminados el jugador nacional del CB Guadalajara y un
americano. En la segunda fase del concurso me mantuve fiel a mi estilo y seguí
con la estrategia planteada desde el inicio: no repetir el mismo mate en la
competición. Como tercer mate del campeonato, y primero de la segunda ronda,
opté por lanzar la pelota al tablero desde medio campo, cazarla en el aire y
meterla a dos manos. Lo hice y acabé de meterme el público en el bolsillo. El
jurado me lo puntuó con buena nota, pero no era suficiente para pasar la
siguiente fase, pues los americanos, especialmente el del Cajamadrid ,Coleman hizo un mate increíble a aro pasado y saltando fuera de la botella. La
genial actuación de Norris Coleman me estimuló. Ahora quería hacer un mate que Jordan
le copió a Julius Erving y que fue el icono de su popularísimo merchandising.
Se trataba de salir desde la canasta contraria botando, coger mucho impulso,
hacer los dos pasos y dar el último lo más lejano del aro. Erving y Jordan, las
superestrellas de la NBA, lo ejecutaban pisando la raya de personal. Yo, hasta
ese momento, había conseguido matar la pelota desde la discontinua del círculo.
Así pues, el reto era enorme. Recuerdo que cuando me dirigí al aro opuesto para
salir, hubo gente del público que se levantó de su asiento. Sin duda sabían
cuál era mi intención. Miré la canasta y me dio la sensación de que estaba más
cerca de lo normal de la raya de personal. Salí con una progresión hasta llegar
al medio campo donde aceleré hasta la batida, hice los dos pasos y salté con
toda la fuerza que me dieron mis piernas. En el transcurso mágico del salto
veía que la canasta se me acercaba y que “flotaba” en el aire más de lo
acostumbrado… Me fue por los pelos, una maniobra arriesgada, pero llegué a
meterla para abajo. El público se levantó de sus asientos y me aplaudió
enfervorizado. El jurado me otorgó un 10. Por cierto, que días después del
campeonato uno de los jugadores convocados me dijo que mi talón había pisado la
raya de personal. Y pasé a la final con el americano del Cajamadrid, que
había realizado un concurso de ensueño. Para mí aquello era mucho más de lo que
había soñado. Estaba más que satisfecho. En la fase final había que hacer dos
mates más. Opté por hacer una entrada perpendicular al tablero, girar 360
grados y meterla. Lo hice con una sola mano y me puntuaron con nueves y dieces.
Minutos antes, mi oponente Coleman, del Cajamadrid, había hecho
un increíble mate de espalda que obtuvo 10 puntos. Después de mi primer mate,
le tocaba de nuevo a Norris. Para su segundo mate, el americano eligió saltar
desde muy lejos, volear la pelota y meterla con mucha fuerza, pero falló. En el
segundo intento hizo lo mismo, pero saltando desde más lejos e intentando matar
la pelota con más fuerza. Sin embargo, el balón rebotó violentamente con el
canto del aro y salió despedido al aro contrario. Faltó poco para que la pelota
cayera en la canasta opuesta. No me lo podía creer, el campeonato era mío,
simplemente había que hacer un simple mate y llevarme el trofeo y el cheque.
Recuerdo que miré a Eduard el entrenador del CB Andorra y se puso el dedo índice
en su sien en un mensaje claro. Lo capté enseguida. Pensé en aquel público,
había venido a ver espectáculo y opté por no cambiar lo que ya tenía en mente.
De niño vi una final de play-off de la NBA entre los Sixers y los Lakers, un
mate de Julius Erving que hizo después de un robo de balón. Ante él estaba el
gran Michael Cooper. Julius cogió la pelota trabándola en su antebrazo, la
voleó de izquierda a derecha y la mató con la elegancia única de un mito del
basquet. Siempre he pensado que aquel era el mejor mate que había visto en mi
vida y que algún día lo tenía que hacer. Y ese día había llegado. Me ubiqué en
la misma posición donde el Doctor J había robado la pelota y me fui a canasta.
Trabé el balón en mi antebrazo y la pelota resbaló, picó en el canto del aro y
se fue a la mesa del jurado derribando todos los carteles de puntuación. Había
fallado de la misma forma que Hamilton y estaba cometiendo el mismo error. Me
devolvieron la pelota y vi que era nueva, flamante y tenía poca adherencia. Me
fui al carro de pelotas y la cambié por otra más usada. En ningún momento me
planteé cambiar el mate y asegurar el campeonato.
Quería hacerlo. Me coloqué en
la misma situación de salida, boté dos veces, trabé la pelota en el antebrazo
y, esta vez sí, noté que estaba bien sujeta. Entonces la voleé de izquierda a
derecha y la metí con toda la rabia del mundo. La pelota entró en la canasta
con tanta fuerza que rebotó en el suelo y salió despedida al techo del
pabellón. El público aplaudió a rabiar el mate que yo había soñado desde que
era un niño. Pocas veces en mi vida he vivido una sensación tan gratificante en
un campo de baloncesto. Fue uno de esos instantes mágicos con que nos premia
este deporte maravilloso. Salté, soñé, gané. Y fue el público el que me impulsó
hacia arriba, el que me sostuvo en el aire. Sí, aquella tarde creí levitar…
¿Creí?
Domingo Cardona ©
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